domingo, 9 de enero de 2011

Tinta roja, de Francisco Lombardi

Tinta roja, de Francisco Lombardi, 2000


Por Betuel Bonilla Rojas

En su camino al oscuro y misterioso valle de la muerte, el religioso Dante va guiado por el profano Virgilio, cuyo único delito para morar en el limbo parece haber sido nacer antes de la implantación de la fe cristiana, un hecho que escapa a su propia elección. Alberto Fernández, el impoluto joven profesional protagonista de la película, estudiante destacado de una universidad pituca, es la representación contemporánea de Dante; debe descender al universo terrenal en una especie de pérdida del paraíso, un desalojo forzoso del apacible cosmos universitario en donde todo es pura teoría, fortín ideal para la ingenuidad y el optimismo. Y allí, en esa parodia del infierno que es Lima, una ciudad que crece vertiginosamente y que aloja como insectos a los hombres que la habitan, la mano de Faundez se extiende, cínica y amigable, para introducir al cándido aprendiz por el sendero de la cruda realidad, de la turbulencia y los vicios. Por supuesto, Faundez dista mucho del latino Virgilio, es una suerte de descreído de la profesión periodística y ha adoptado recursos non santos, nada plausibles para la consecución de sus metas. En cuanto a su papel como hombre, don Saúl encarna el hedonismo más extremo, la búsqueda del placer desaforado, expresión del descenso moral y el desencanto de una generación que nunca alcanzó la necesaria y anhelada utopía. No en vano, uno de los íconos recurrentes en las películas de Lombardi es su compatriota Vargas Llosa, al que admira sin restricciones, otro desencantado del idilio prometido por la izquierda, un “intelectual”, como lo cataloga socarronamente Faundez, que abandonó el entusiasmo inicial del camarada “Varguitas” para sumarse a las cuestionadas filas de los neoliberales y los defensores de la globalización.
La película, que está perfectamente estructurada a través de una narración aparentemente lineal, pero que introduce de manera inteligente una sucesión de flashbacks casi imperceptibles, decisivos como evidencia para la comprobación de lo que las palabras expresan, se vale de los diálogos y los actos de los personajes para cuestionar la dicotomía academia–realidad, una irrisoria perogrullada cuando la pobreza y la marginalidad alcanzan derroteros sin orillas y alteran cualquier formulación e intento de instalar una ética firme y durable. De esta manera, ni el desleal papel de un Varguitas exitoso, ni el improcedente amarillismo de Escalona, ni el celestinesco oficio de un Van Gogh simulador, ni Faundez en su más cuestionable arribismo o en su machismo utilitario y despiadado, pueden ser analizados desde una moral maniquea, pues todos, en últimas, no son otra cosa que distintas formas de moral, justificadas desde la necesidad de sobrevivir en un medio en el que la compasión y el dolor sólo son posibles cuando nos alcanzan a nosotros mismos.
Unidos mediante “El Clamor”, periódico populista y sensacionalista que desnuda de forma cruda y patética el alma humana, bajo el eslogan de que “las páginas policiales son la vida social de los pobres, la única manera de que los pobres existan”, los personajes, merced a la riqueza expresiva del guión y a las impecables caracterizaciones, evidencian cómo las posturas humanas van mudando conforme la vida nos atraviesa siniestras zancadillas o espléndidas oportunidades de progreso. Van Gogh, esa especie de rapsoda moderno, hila la historia valiéndose de precisas sentencias tomadas prestadas de Internet, la mayoría de ellas de ilustres pensadores, testimonio vivo de que el destino parece estar trazado de antemano para cada hombre, de que, quizás a la vuelta de la esquina un acontecimiento nos está esperando para cuestionar nuestro proceder o para modificar en algo nuestro incierto periplo.
Basada en la novela homónima de Alberto Fuguet, la película es una magnífica puesta en escena, con excelentes locaciones, un muy bien logrado guión y aciertos técnicos innegables como el de la voz en off inicial (que en realidad son diálogos montados de la propia historia), que nos conduce hacia la trama y una vez llegamos a ella nos abandona allí, nos deja a merced de nuestros propios juicios, o con esa circularidad de la historia en la que cualquier intento de evasión se antoja por demás inútil. En el intermedio, la película presenta una estructura de anillos concéntricos, hechos que giran alrededor de un eje y que, sin importar el tiempo en el que se encuentran, nunca pierden de vista aquello que los lleva a gravitar, la realidad entera en la que el hombre sucumbe sin excepción, pobres o ricos, pitucos o anodinos y desamparados vendedores ambulantes.
Brillante por demás la caracterización de un Gianfranco Brero en el papel del Saúl Faundez, al cual logra inyectarle vida propia, haciendo del cinismo casi un acto de fe, o de Carlos Gassols, quien interpreta al memorioso Van Gogh, un hombre hecho de frases y de gestos. Al lado, sin que el papel permita un lucimiento mayor, salvo en ese silencio infranqueable, está Escalona, encarnado por la figura del siempre recordado Fele Martínez. Los demás están ahí haciendo el papel de dignos acompañantes.
Francisco Lombardi nació en Tacna, Perú, en 1949. Director, productor y guionista. Es uno de los realizadores más reconocidos y prolíficos de la cinematografía latinoamericana. Estudió cine en la Universidad del Litoral en Santa Fe (Argentina) y posteriormente en la Universidad de Lima. En 1974 se vinculó como accionista minoritario de Producciones Inca Films SA, compañía de la cual asumió el control en 1984 y con la cual ha realizado la mayoría de sus filmes. Su filmografía incluye además las siguientes películas: Muerte al amanecer (1977), Callejón oscuro (1982), Medea, una puesta en escena (1982), Maruja en el infierno (1983), La ciudad y los perros (1985), Sin compasión (1986), La boca del lobo (1988), Caídos del cielo (1989), Bajo la piel (1996), No se lo digas a nadie (1998), Muerte de un magnate (1980), Pantaleón y las visitadoras (2000), Ojos que no ven (2003). La película Tinta roja obtuvo premio a mejor director y mejor actor protagónico en el Festival de Cine de La Habana en el año 2000.

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