lunes, 6 de abril de 2009

Goodbye, Mr. Chips

Goodbye, Mr. Chips, de Sam Wood, 1939

Por: Betuel Bonilla Rojas
Si el cine se valorara sólo por lo que provoca, por esas partículas de nuestro ser que afecta, Goodbye Mr. Chips debería recibir la máxima calificación. Todos nosotros, sujetos en algún momento de una realidad educativa, hemos querido dar con un profesor como Mr. Chipping (Robert Donat), un bonachón decano que siempre tiene a mano la frase perfecta, el consejo perfecto, un ejemplo de moral y rectitud frente a sus estudiantes.
Al comienzo de la película escuchamos a un coro cantando mientras ruedan los créditos. Unos planos en picada exploran la ciudad y dos hombres aparecen en la pantalla conversando. En realidad es un pequeño diálogo en el que los dos hombres enmarcan el contexto de la película en Inglaterra, en la escuela para internos de Brookfield. Es el primer día de clases y hay asamblea general. El discurso de bienvenida del director abunda en bromas y frases ingeniosas, todas teniendo como base a Mr. Chips. A él, a causa de un resfrío y dada su prolongada edad, le han ordenado quedarse en casa. Ya sabemos, muy rápido, que Mr. Chips es toda una institución, y que ese es el nombre que le han asignado por cariño.
Mr. Chips, en uso de su terquedad ya conocida, se arriesga y va hasta la asamblea. Es un plano general de gran belleza, con un Chips que primero se observa difuso pero que luego se va acercando a la cámara para transmitirnos toda su ternura. Su bigote y su pelo venerables nos infunden respeto, pese a lo gracioso de sus movimientos. Ya en casa, de retorno de la asamblea, se acuesta en un sillón, y desde esa comodidad nos sumerge en su sueño, un largo flashback para devolvernos al instante de su llegada a Brookfield. Sabemos que enseña desde 1870, que desde hace 58 años lo hace y que ese paso por la institución ha dejado profundas huellas. Su derrotero está enmarcado en continuas guerras: la Franco-Prusiana, la Primera Guerra Mundial. Hechos como el asesinato del archiduque Francisco Fernando nos dan pistas de que su vida corre paralela a los destinos del mundo. Y en esa medida él es un testigo de lo mejor y lo peor de éste.
Llega a Brookfield en 1870, en el comienzo de la ocupación alemana a Francia. Es su primer curso y él es un hombre tímido pero carismático. La primera impresión que provoca es de burla, pero pronto se gana el respeto por su cordialidad y sus métodos de enseñanza y de relación con los alumnos poco convencionales. Pronto es víctima del primero de los Colley, una saga de estudiantes que reaparecerán, generación tras generación, en sus aulas de clase. Como Colley, son muchos los estudiantes que pasan por las manos de Mr. Chips. Algunos, como el propio director, recuerdan con cariño las palizas con las que Mr. Chips los educó; otros recuerdan su aire tímido, la manera en que lenta pero decididamente se opuso a la modernización de la institución a ultranza.
En el flashback de Mr. Chips, insisto, vemos lo que es su propia vida, de la mano siempre con las circunstancias del mundo. Inteligentes elipsis, en su mayoría articuladas en torno a los cambios físicos del propio Chips (aparición del bigote, cambios en su postura corporal, aparición de canas), nos van dando cuenta del paso de tiempo. La vida de Chips es la evidencia del tránsito de lo tradicional a lo moderno, del choque entre dos frentes que siempre han tendido a oponerse sin conciliar las bondades de cada uno. Y en esa medida, Chips es un precursor, un adelantado de la vanguardia en la reflexión sobre los métodos de enseñanza.
Mr. Chips es un hombre de pocos amigos: mejor, es amigo de todos sin serlo de manera especial con alguien en particular. Sólo los Colley, consecutivamente, le sirven de puente entre las distintas épocas, testimonian su lealtad por la memoria. En circunstancias insólitas conoce a Katherine Ellis (Greer Garson), una mujer que parece le ha sido reservada por la vida para premiarlo. Es una mujer bella, sensible e inteligente, y todos en Brookfield se preguntan cómo ha hecho Chips para conquistarla. En esa conquista ayuda su amigo Max Staefel (Paul Von Henried), un hombre que ve en Chips el ideal de hombre.
Staefel le augura próximo matrimonio y efectivamente éste llega pronto. Con la felicidad del matrimonio Chips se hace todavía más cordial, la relación con sus alumnos se estrecha al punto de invitarlos a compartir con la pareja en el hogar. Son tardes de gran solaz, con un Chips divirtiendo a sus alumnos y con una Katherine que certifica el porqué ha sido reservada para compañera del maestro.
Cuando todo está dado para que la felicidad de la pareja sea perpetua sobreviene la desgracia. Los chicos, apenas se enteran, se unen al duelo de Chips. Él no cambia mucho, va a dar la respectiva clase del día y sabe que los alumnos comparten su dolor. Quizás se hace taciturno, adquiere un cierto tono de melancolía en los ojos que no se le borrará. Pero en lo otro, en el trato amable y la entrega a la institución sigue siendo el mismo.
Llega la Gran Guerra y las instituciones educativas deben poner su propia cuota de víctimas. Max Staefel va al frente y cae en plena refriega; lo mismo le ocurre a uno de los Colley. Para ese entonces Mr. Chips ha podido cumplir con el sueño de ser el director de Brookfield y es él mismo el encargado de dar a conocer las bajas en la Guerra. Son muchas pérdidas humanas, y un hombre tan sensible como Chips no consigue asimilarlas. A una ausencia le sucede otra, y otra, y muchos de sus más cercanos amigos ya no están con él.
Lo que sigue es el retorno de Mr. Chips al presente narrativo de la película (el momento en el que él recuerda), y los últimos años en la soledad del retiro, hasta su muerte.
Bella puesta en escena, con meritorios recursos expresivos como el uso adecuado de las elipsis, encadenados e imágenes superpuestas para pasar de una escena a otra. Una impecable fotografía, una adecuada musicalización y un esmerado trabajo de maquillaje y decorados nos ponen frente a una película cuyo trasfondo siempre tendrá vigencia.
Como Mr. Chips hay muy pocos, son pocos los que como él, en el concierto de la educación, permanecen fieles a ciertos preceptos, sin jamás traicionarlos pese a las consecuencias. Tal vez sea el reconocimiento de los demás a su labor lo que mantuvo vivo a Mr. Chips, lo que hizo que superara estoicamente la pérdida de sus seres queridos sin expresar una sola queja. Mr. Chips es el maestro que todos queremos, ese amigo que nos guiña un ojo cuando nuestras faltas son veniales pero que está ahí, látigo en mano, cuando nuestros actos comprometen gravemente a los demás. Mr. Chips es esa especie en vía de extinción en nuestra educación.

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